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viernes, 10 de junio de 2011

Aprendé a contar hasta diez.

Había una vez, un nene que tenía muy mal carácter.
Un día su papá le dio una bolsa de clavos y le dijo que cada vez que perdiera la calma, calvara uno de estos clavos en un árbol que tenían en el patio de la casa. El primer día el nene ya había clavado 27 clavos en el árbol. Pero poco a poco aprendió a controlarse, y fue calmándose, porque descubrió que era mucho más fácil que clavar clavos en el árbol. Finalmente, llegó el día en el que el nene aprendió a controlarse por completo y se lo dijo a su padre. Éste, le sugirió que por cada vez que controlara su carácter sacara un clavo del árbol. Los días pasaron y el nene pudo decirle con orgullo a su padre que ya había sacado todos los clavos del árbol. Entonces el papá lo llevó de la mano hacia dicho árbol y le dijo, mirá hijo, hiciste bien. Pero fijáte todas las marcas que le dejaste a este árbol, ya no volverá a ser el mismo de antes. Cuando decís o haces cosas con bronca, dejás una cicatriz, como las marcas del árbol. Es como acuchillar a alguien, sisi, suena fuerte pero, aunque saques el cuchillo, la herida está hecha. No importa cuántas veces pidas perdón, la herida está hecha.


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